El Fascismo: historia y presente

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Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo.  Bertolt  Brecht

 PRIMERA PARTE. SU HISTORIA Y SUS CAUSAS

 El fascismo en Europa no es algo nuevo. Al contrario, el fascismo y los regímenes totalitarios, como las dictaduras, se han presentado por primera vez ahí donde han nacido el capitalismo y el imperialismo. Ya en 1852, en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx había descrito el fenómeno del bonapartismo y había analizado cómo la democracia burguesa parlamentaria podría, bajo condiciones específicas, ceder su función y sus poderes a una forma o régimen de Estado capitalista de excepción. Este Estado capitalista de excepción o totalitario surgió en un momento crítico para los intereses de la clase burguesa y sirvió para garantizar y establecer su dominación frente a la clase trabajadora.

El punto crucial para la aparición de las organizaciones y de la ideología fascista se encuentra a finales del siglo XIX y comienzos del XX, justamente cuando, como demostró Lenin, el capitalismo avanza a su fase superior: el imperialismo. Es en esta fase, especialmente alrededor de 1918 al finalizar la Primera Guerra Mundial, cuando podemos encontrar las primeras organizaciones fascistas y nacionalistas en Italia y en Alemania. Estas organizaciones se formaron como respuesta a la crisis económica y al fortalecimiento del movimiento comunista en estos dos países, y estaban integradas por grupos de paramilitares que estaban al servicio de los ricos y de los grandes terratenientes.

Como describe Marx, los cambios en el modo de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas después de la revolución burguesa en Francia y otros países provocaron, tarde o temprano, cambios en todos los aspectos de la superestructura estatal. Estos cambios abarcaron el terreno ideológico, filosófico, político, jurídico y cultural. Fue la época del nacimiento de una nueva forma de organización política: el Estado-Nación, que era necesaria para la función del nuevo sistema de producción y para su reproducción ampliada.

La consolidación de los Estados Nacionales y del capitalismo monopolista llevó al fin y la disolución de los últimos grandes imperios del continente europeo. Estos complicados procesos sólo pudieron afirmarse mediante la Primera Guerra Mundial, acaecida entre las distintas fracciones de la burguesía europea y sus nacientes Estados Nacionales. Sin embargo, el fin de la Primera Guerra Mundial no resolvió totalmente los conflictos y en muchos casos los agravó, siempre echando sobre las espaldas de los pueblos europeos la sangre y la miseria que acarreaban dichos conflictos. La agudización de las contradicciones inter-imperialistas y la crisis económica de 1929, que abarcó a todos los países capitalistas, condujeron a una nueva guerra, más brutal que la anterior: la Segunda Guerra Mundial.

En este contexto histórico surgen las organizaciones y la ideología nacionalsocialistas. Y sin hacer idénticas la democracia burguesa-parlamentaria con el fascismo, es preciso reconocer que ambos tienen como raíz la consolidación del capitalismo[i]. No podemos negar que la ideología fascista tiene sus semillas en la ideología burguesa del Estado Nacional y que, por esta razón, los regímenes fascistas sirvieron totalmente a los intereses del gran capital monopolista en Italia, Alemania y Japón. Decimos que sirvieron incondicionalmente a los intereses del gran capital porque con las medidas proteccionistas que legislaron y las medidas anti-laborales que tomaron, promovieron los intereses de la burguesía y profundizaron aún más la explotación de la clase trabajadora. A través de gobiernos fascistas, el gran capital logró establecer mejor su dominación económica y política en el interior de tales sociedades, así como expandirse en otras zonas geográficas, intensificando la lucha inter-imperialista con otras potencias occidentales como Estados Unidos, Inglaterra y Francia.

Ya establecido el contexto histórico en que se presenta por primera vez el fascismo en el continente europeo en los años de entreguerras, podemos preguntarnos ahora: ¿qué factores facilitan la aparición de estas organizaciones y de esta ideología? El estudio histórico nos indica que es necesaria una combinación de factores para que aparezca este fenómeno, pero podemos destacar tres principales. El primero es una crisis aguda de la sociedad capitalista, como la que se presentó en Alemania y en Italia después de la Primera Guerra Mundial, y que es una crisis capitalista como la que ocurre hoy en Europa y en el mundo. Bajo estas condiciones la clase trabajadora se encuentra en una pobreza extrema, el desempleo es muy alto y estratos de la pequeña burguesía se proletarizan masivamente. Esto es resultado de la monopolización más profunda de la economía, la sobreacumulación del capital y la destrucción de una parte de la burguesía. Lo que sintéticamente significa la concentración de la economía en unas pocas manos.

Como segundo factor tenemos una crisis ideológico-política (que es el reflejo de la crisis económica) en la que una parte de las facciones de la clase burguesa están en una lucha feroz por el control del Estado, pero no pueden convencer fácilmente a las masas populares sobre la necesidad de tomar medidas que las perjudican para sobrepasar la crisis. Esto se traduce en una pérdida de legitimidad del sistema parlamentario y de todas las instituciones democrático-burguesas. El tercer factor es la agudización de la lucha de clases, que conlleva la agitación de la gente y su radicalización, lo que amenaza la dominación de la clase burguesa. Estos tres factores combinados plantean al gran capital la necesidad de impulsar las organizaciones y la ideología fascistas como solución a su crisis.

En este sentido, no debe extrañarnos el hecho de que el gran capital alemán industrial y financiero diera el poder al Hitler en Alemania después de un encuentro que tuvieron 300 representantes suyos con este personaje el 27 de Enero de 1932, en Dusseldorf. Se lo entregaron cuando les dio garantías de que iba a arrancar el marxismo de Alemania. Tampoco hay que extrañarnos del hecho de que Hitler tomó el poder en Alemania usando una constitución democrático-burguesa –la de Weimar- que se legisló después de la Primera Guerra Mundial y precisamente después de la revolución proletaria en Alemania de 1918. ¿Acaso Hitler no era el muchacho favorito de la burguesía alemana, así como lo fue Mussolini para la italiana? ¿No recibió el partido de Hitler un manantial de dinero del gran capital Alemán a cambio de mitigar la crisis?

Marx dice que los hechos y los personajes históricos, cuando se producen dos veces, lo hacen la primera vez como tragedia y la segunda como farsa, de tal manera que, en sentido estricto, ningún hecho histórico es idéntico.[ii] Pero no podemos dejar de notar que las condiciones de la Europa de entreguerras y la Europa de hoy tienen semejanzas extraordinarias. Estas semejanzas son las crisis capitalistas periódicas y las soluciones políticas que inventa la clase dominante para sobrepasar las crisis, a costa de la clase trabajadora.

En la historia, el fascismo ha sido la cara más brutal del imperialismo y la solución más bárbara que el sistema capitalista encuentra para salir adelante de sus periódicas crisis y someter a la clase obrera. El fascismo es la violencia más feroz del capitalismo y su última esperanza para estabilizar tanto sus contradicciones internas, como para explotar más profundamente a la clase trabajadora, usando la opresión desnuda, tanto estatal como paraestatal.

Hoy día la situación en Europa, y en Grecia particularmente, tiene profundas similitudes con lo ocurrido en la época que venimos analizando. En muchos países europeos los partidos nacionalistas, como expresiones del fascismo, forman parte del gobierno, hacen coaliciones y alianzas con otros partidos y operan como paramilitares, asesinando y atacando a los inmigrantes y a los comunistas. En general, el fascismo sigue actuando como tabla de salvación de este sistema de explotación que es el capitalismo. No debe extrañarnos por eso la participación de los partidos nacionalistas de los países europeos en la vida pública, mientras que los partidos comunistas y su ideología se ilegalizan y se desprestigian con una propaganda negra cada día más fuerte. El punto principal de esta propaganda es negar la contribución de la Unión Soviética y del movimiento comunista europeo en la derrota del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial. Para ello, se equipara al fascismo y al comunismo como sistemas igualmente totalitarios. Se trata de un esfuerzo de la clase burguesa para reescribir y falsificar la historia, para  ocultar sus responsabilidades en el nacimiento y mantenimiento del fenómeno del fascismo. Para responder a la Unión Europea, a sus gobiernos burgueses y a todos los ideólogos de la historia “objetiva”, podemos recordar las palabras de Tomas Mann en uno de sus discursos radiofónicos para Deutsche Hörer! :

Colocar en el mismo plano moral el comunismo ruso y el nazifascismo, en la medida en que ambos serían totalitarios, en el mejor de los casos es una superficialidad; en el peor fascismo. Quien insiste en esta equiparación puede considerarse como un demócrata, pero en verdad y en el fondo de su corazón es en realidad ya un fascista, y desde luego, solo combatirá el fascismo de manera aparente e hipócrita, mientras deja todo su odio para el comunismo.[iii]

El fascismo nunca puede morir del todo en las sociedades capitalistas, siempre renace, especialmente en los periodos de crisis, y siempre existirá como el golpe de hierro de la burguesía cuando las condiciones lo requieran, un golpe que no puede ser impedido por ninguna ley democrático-burguesa. Hasta hoy, las legislaciones en países europeos no han impedido el desarrollo de las organizaciones fascistas. Lo único que podrá y  pudo derrotar al fascismo es el comunismo y la lucha clasista de las masas, porque sólo esta lucha termina con su matriz: el capitalismo.

 Continuará…

NOTAS

[i] Esto se debe a que el estado de excepción fascista o totalitario es una forma política y estatal cualitativamente distinta, con relativa autonomía frente a las clases dominantes,  como lo mostró el caso de la dictadura griega de I. Metaxas de 1936,  en el que la solución de la dictadura en Grecia se hizo indispensable a causa de la lucha feroz entre facciones de la burguesía. De esta manera se estableció un equilibrio temporal entre las diversas partes de la burguesía griega y, a la par, en ella encontraron los intereses del gran capital su mejor expresión.

[ii] “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa”. Karl Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1978, p. 9.

[iii] Thomas Mann, Oíd, alemanes. Discursos radiofónicos contra Hitler, Barcelona, Editorial Península, 2004.

 

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