Las tareas políticas de la clase trabajadora ante el escenario electoral

Por Irlanda Amaro Valdés

Las elecciones aparecen como el más importante y casi naturalizado mecanismo político para dirimir las contradicciones de clase que prevalecen en los Estados burgueses.

El pasado 31 de marzo, un diario de circulación nacional anunciaba con negritas que la disputa por las alcaldías, concejalías, diputaciones locales y la jefatura del gobierno de la capital del país, marcará el pulso de la batalla política por la presidencia de la República y el “futuro” de México. De este modo, participar en las elecciones, opinar sobre el desarrollo de las campañas, votar, pareciera el acto político más relevante y determinante  para todas  y todos los mexicanos, incluido, por supuesto, el proletariado, con sus nada despreciables 59 millones de posibles votantes.

En nuestro país la mayoría de sindicatos forman parte de corporaciones que apoyan a partidos políticos electoreros o bien, cuando se trata de sindicatos independientes, apuran a sus agremiados a acompañar las campañas de partidos “del espectro de la izquierda” como MORENA, quien, también, poco a poco ha avanzado en corporativizarlos, brindado espaldarazos a recientes centrales obreras  como la Nueva Central Sindical. La idea básica de muchas dirigencias sindicales es que  yendo a la cola del o la candidata correcta, sus agremiados sufrirán menos los embistes de las clases poseedoras tanto en materia económica, como en sus libertades políticas. Pero ¿es este el único papel político que puede jugar la clase trabajadora para intentar mejorar sus condiciones de vida?

 En este contexto y atendiendo a la pregunta anterior, vale la pena recordar parte del pensamiento de Marx y Engels acerca del papel político de la clase trabajadora y las tareas de sus organizaciones básicas: los sindicatos y el partido obrero. En sus trabajos preparatorios para la Primera Internacional y en algunas entrevistas, Marx y Engels defendieron dos tareas fundamentales y permanentes para las nacientes organizaciones sindicales. La primera es la lucha política por la imposición de legislaciones que mejoren de modo inmediato las condiciones de vida de la clase trabajadora y la segunda la construcción del partido obrero.

Para Marx y Engels la reducción de la jornada, el aumento del salario y la previsión social, no son sólo demandas económicas, sino el más certero termómetro político de la balanza en la lucha por revolucionar la contradicción fundamental en la sociedad moderna, la contradicción entre el capital y el trabajo. Son, nos dice Marx, escaños en la disputa por imponer las regulaciones básicas de la economía política de la clase trabajadora frente a la legalidad de las clases poseedoras. Aquí sus palabras pronunciadas en el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los trabajadores, a propósito de la reducción de la jornada laboral en Inglaterra:

Esta lucha por la limitación legal de la jornada de trabajo se hizo aún más furiosa, porque —dejando a un lado la avaricia alarmada— de lo que se trataba era de decidir la gran disputa entre la dominación ciega ejercida por las leyes de la oferta y la demanda, contenido de la Economía política burguesa, y la producción social controlada por la previsión social, contenido de la Economía política de la clase obrera. Por eso, la ley de la jornada de diez horas no fue tan sólo un gran triunfo práctico, fue también el triunfo de un principio; por primera vez la Economía política de la burguesía había sido derrotada en pleno día por la Economía política de la clase obrera”.

La segunda tarea básica de las organizaciones sindicales es la construcción de un partido   obrero, que contienda de manera definitiva el poder político a las clases poseedoras. Marx consideraba que la militancia en los espacios sindicales era una escuela natural de socialismo, no porque ahí se enseñaran de manera teórica — o al menos no de forma primordial—, los principios de éste, sino porque el sindicato es el espacio en que los y las trabajadoras captan el poder transformador que tiene el proletariado organizado en el cotidiano de sus vidas, a través de las mejoras que logran obtener y, al mismo tiempo, pueden hacerse conscientes de la necesidad de una nueva forma de poder político, ante el hecho de que cualquier ganancia económica de los y las trabajadoras siempre es temporal cuando “los señores de la tierra y el capital” siguen al frente del Estado y pueden utilizar el poder político a su favor.

Aquí dos citas al respecto. La primera corresponde a una entrevista hecha por el sindicalista metalúrgico Johann Hamann, publicada en el Volkss­taat nº 17 del 27 de noviembre de 1869. La segunda corresponde a los Estatutos de la Primera Internacional, redactados por Marx y Engels en 1864 y publicados en 1871.

1.

“Mi primera pregunta al doctor Marx fue esta: “Para que los sindicatos sobrevivan, ¿deben depender de alguna organización política?”.

Me respondió: “Los sindicatos nunca deben asociarse a ninguna agrupación política ni depender de ella; de lo contrario, no cumplirían su tarea y recibirían un golpe mortal. Los sindicatos son escuelas de socialismo. En los sindicatos, los obreros se convierten en socialistas porque dentro de ellos ven cada día, con sus propios ojos, la lucha contra el capital. Los partidos políticos, sean cuales sean, sólo entusiasman a las masas trabajadoras de manera pasajera, por un tiempo solamente, mientras que los sindicatos los retienen de manera prolongada, y son ellos únicamente quienes pueden representar un verdadero partido obrero y poner un muro al poder del capital. La gran masa de los trabajadores, sin distinción de partido, sabe que su situación material tiene que mejorar.

2.

En su lucha contra el poder unido de las clases poseedoras, el proletariado no puede actuar como clase mas que constituyéndose él mismo en partido político distinto y opuesto a todos los antiguos partidos políticos creados por las clases poseedoras.

Esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la Revolución social y de su fin supremo: la abolición de clases.

La coalición de las fuerzas de la clase obrera, lograda ya por la lucha económica debe servirle asimismo de palanca en su lucha contra el Poder político de sus explotadores.

Puesto que los señores de la tierra y del capital se sirven siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos y para sojuzgar al trabajo, la conquista del Poder político se ha convertido en el gran deber del proletariado. 

El papel político que puede desarrollar la clase trabajadora a través de sus organizaciones es muy amplio y rebasa por completo el corto periodo electoral. Visto sin la parafernalia de la propaganda, para los y las trabajadoras de nuestro país (que constituyen 59 millones de personas más sus familias), las decisiones económicas y políticas que marcarán el futuro propio y de sus hijos e hijas durante la próxima década ya han sido tomadas, independientemente del partido político en el poder y de los tiempos electorales. Las directrices sobre el salario, la jornada de trabajo, el plan de seguridad social y retiro, así como la requisición de impuestos, la calidad de su salud, educación, el derecho al descanso y al acceso a la cultura generada por la humanidad, se dictaron durante los últimos 10 años a través de reformas de ley nada favorecedoras para el proletariado mexicano.

Incluso las reformas hechas por el gobierno de AMLO se limitaron a quitar a las grandes empresas una mayor tajada para el Estado de la riqueza generada por las y los trabajadores, para ser usada en programas de asistencia social clientelares, pero mantuvieron intactas las dramáticas condiciones de informalidad, precarización y falta de previsión social en la que trabaja el 65 por ciento de la fuerza laboralmente activa de nuestro país.

 Ninguna de esas reformas será revertida si no es con una militancia permanente de las y los trabajadores. Hay algo de facilismo, pero también de engaño en las dirigencias sindicales al sobreestimar el papel que las elecciones juegan en el cotidiano de sus agremiados. Para el anquilosado movimiento obrero sindical del país, las sencillas demandas de mayor salario, menor jornada laboral, un amplio plan de previsión social y constituirse como sujeto político siguen siendo sus tareas más radicales, pues son los principios que podrían dirigir a nuestra actual sociedad a formas distintas de producir y reproducir la vida, formas que atacan y pueden trastocar la sociedad de clases, el trabajo explotado y el mercado. Es ese el único carácter revolucionario que puede adquirir la clase trabajadora al constituirse como sujeto político y no alguno derivado de elementos morales o proféticos.

Por último, cabe resaltar que para Marx en el mismo Manifiesto Inaugural asegura que el proletariado posee dos ventajas fundamentales frente a las clases poseedoras: su masividad y su posibilidad de organizarse en torno  a un programa político propio. El primer “elemento de triunfo,” según las palabras de Marx, nos fue otorgado por el desarrollo histórico de las fuerzas productivas, el segundo, hay que construirlo todos los días con disciplina desde una política sindical de base, combativa  y clasista.

Aquí están las ligas a los textos citados:

Marx sobre los sindicatos (entrevista con J. Hamann en 1869):

Estatutos generale de la Asociación Internacional de los Trabajadores:

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/1864-est.htm

Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores:

https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/1864fait.htm

P.S. Harina de otro costal es la cuestión de si la clase trabajadora puede alcanzar su programa histórico a través del parlamentarismo; para cernir ese pastel, no sólo hay que volver a los textos de Marx y Engels, sino a las aportaciones de Lenin y Rosa Luxemburgo.

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