“Ser de izquierda hoy, significa…”

Por: Diego Martínez

En el presente escrito quiero evidenciar las diferencias y contradicciones, entre los planteamientos básicos del movimiento comunista y la involución de la socialdemocracia, vinculada al concepto de izquierda, como fuerza supuestamente contestataria a la conservación del orden social.

El origen del término “izquierda”: Un surgimiento revolucionario, aunque variopinto

Las transformaciones en la narrativa histórica de lo que se ha conocido como izquierda política, han sido abruptas, desde fines del siglo XVIII, cuando nace el término y sobre todo hacia la segunda mitad del siglo XX, cuando estalla globalmente el fenómeno en extremo variable de “las izquierdas”, ya no como una tradición homogénea, sino como multiplicidad de acciones y discursos contradictorios en puntos centrales.

Tras la Toma de la Bastilla, los revolucionarios organizados en la Asamblea (entre los que había socialistas utópicos, liberales y oportunistas entre otros) por afinidad de voto, se acomodaron a la izquierda del presidente de la misma, para regular la magnitud del poder que debería tener la monarquía francesa, en contraposición a la minoría derrotada, ubicada a la derecha, que pretendía conservar intocable el poder político del rey. Debido a la facilidad del lenguaje entre derecha e izquierda, la prensa europea empleó tal dicotomía para expresar y resumir las discusiones parlamentarias.

Y en efecto, desde entonces, aparece como revoltijo el conglomerado de izquierda, ya que, en aquél lado de la Asamblea, como decíamos, había todo tipo de elementos que, hasta la coronación de Napoleón, saltaron en el espectro geométrico de las butacas, dependiendo de los intereses de clase, como hoy, a diferencia del más sólido núcleo de la derecha política. 

Primera metamorfosis

A raíz de la limitación del poder monárquico como actitud revolucionaria en el decadente sistema feudal, el concepto de “izquierda” se desarrolla durante la primera mitad del siglo XIX, entre los colectivos que detentaron la transformación y el fin del feudalismo en sustitución de un régimen típicamente republicano y liberal.

Con la irrupción creciente del movimiento obrero como protagonista en el escenario político y antes de la estructuración teórica de Marx y Engels, el concepto de izquierda adquirió gran madurez práctica y sobretodo intelectual; pues ya no se trataba solo de limitar los restos del despotismo ilustrado aún reinante en Europa, sino de mejorar las condiciones materiales de la mayoría de sus habitantes, es decir los trabajadores.

Maduró también, porque desde la Revolución Francesa, hubo conciencia de que la simple acción parlamentaria, tanto como las elecciones, no eran suficientes para la transformación social.

Hacia mediados del siglo XIX, ya había surgido una gran cantidad de grupos identificados con la filiación izquierdista, por ejemplo los famosos estudiantes de la filosofía hegeliana que departían con el joven Marx en términos meramente idealistas, pasando por los proudhonianos y bakuninistas desde el anarquismo, así como otras expresiones del socialismo utópico e incluso de un liberalismo ilustrado que competía con la gran burguesía.

La violencia, como explica Engels en el “Anti-Dühring”, no siempre fue una herramienta racional contra la conservación del orden; en diversos casos disminuyó agrupaciones que pugnaban por reivindicaciones legítimas, pero cuya concepción política era tan marginal como su lucha armada, responsable de buena parte de su descomposición orgánica.

Uno de estos famosos grupos, fueron los populistas “de izquierda”, a quienes Lenin identificó como elementos vinculados a formas desesperadas de terrorismo pequeñoburgués, que si bien coincidían en ocasiones, con las proclamas básicas de la clase trabajadora, eran fuerzas dirigidas (muchas veces inconscientemente, otras no tanto) por movimientos espontáneos y retrógradas de viejos valores campesinos e incluso étnicos, que en definitiva no aportaron al mejoramiento de las condiciones materiales de las mayorías, sino al revés.

Segunda metamorfosis

Debido a la muy prolífica disertación y a la extensa práctica revolucionaria de Marx, Engels, Lenin y muchos otros comunistas, el izquierdismo sufrió otra metamorfosis, vinculada a la competencia de la socialdemocracia, superada momentáneamente por los bolcheviques en la conciencia del movimiento obrero.

La Primera Guerra Mundial desnudó los rostros de los dirigentes socialdemócratas enfrascados en la Segunda Internacional, la Internacional Socialista; aquellos que sostuvieron los postulados de los grandes revisionistas, primero E. Bernstein y luego K. Kautsky. Fueron desenmascarados. Los pretendidos pacifistas y socialistas, que en la Conferencia de Zimmerwald, en 1915 se habían comprometido a dirigir esfuerzos en contra del involucramiento de sus gobiernos y sobretodo de las clases trabajadoras en el estallido bélico cayeron en bancarrota.

Aquellos “socialistas” o socialdemócratas de “izquierda” que habían prometido evitar que las potencias reclutasen soldados entre la clase obrera y criticado las motivaciones imperialistas de la guerra, fueron después los más furibundos chauvinistas y defensores de las necesidades de la guerra en detrimento de la clase obrera.

Estos dirigentes de “izquierda” censuraron con gran terror las exposiciones de Lenin sobre el Partido (Bolchevique) de Nuevo Tipo, al considerarlo totalitario y autoritario. Censuraron la Revolución como vía de la toma del poder para la instauración del socialismo, por considerarlo demasiado violento y por supuesto autoritario (raro es que sobre la guerra imperialista, no encontraron violencia ni autoritarismo suficientes para censurarla).

Censuraron las Tesis de Abril de Lenin, por considerarlas (sin sorpresas) totalitarias o autoritarias, en donde se explicaba la necesidad de la construcción de la Dictadura del Proletariado luego del triunfo inminente de la Revolución Bolchevique. Y claro,censuraron con desesperación, la fundación de la Tercera Internacional, cuya existencia significó la quiebra definitiva de la Internacional amarilla de Ámsterdam.

Con la enorme ola expansiva, no sólo en términos cuantitativos, sino cualitativos de los aciertos de Lenin, en la realidad mundial, los socialdemócratas, que ya habían claudicado en los puntos básicos del programa de la clase obrera, optaron por apropiarse decididamente del cuño izquierdista, como último reducto refractario frente al liberalismo abierto.

A estas alturas es evidente el sostén moral que ha utilizado la “izquierda” para suscribir o proscribir acciones y discursos. Es decir, que no se basa en un fundamento científico o racional, para actuar en una u otra circunstancia, sino en la magnitud del peso moral, de un hecho o fenómeno; cuestión cardinal para comprender la involución atomizada de las “izquierdas” contemporáneas.

Con los logros del socialismo soviético, a partir del triunfo bolchevique y hasta mediados del siglo XX por la derrota nazi-fascista de parte de la URSS, el izquierdismo, heredero de la vieja socialdemocracia, permaneció como trinchera de resistencia, vociferando las faltas morales que encontró lo mismo en Washington que en Moscú.

Sin embargo, la resistencia izquierdista de aquella primera mitad del siglo XX, por razones históricas evidentes, es decir, por su competencia con los comunistas, había vuelto a adquirir una gran solidez, diametralmente distinta a la que hoy conocemos.

Aquella izquierda había logrado dispersar su concepción política fuera de Europa y América, gracias a sus debates constantes con los comunistas, motivo por el cual, aún mantuvo cierta influencia sindical a nivel mundial. Los trabajadores seguían siendo su principal coto de interés, pues concebía que si bien no le era posible terminar definitivamente con la explotación, esta debía ser regulada.

No comprendían la explotación como un fenómeno irreconciliable entre clases dentro del capitalismo, lo cuestionaba como un acto carente de humanidad, es decir desde lo moral; lo mismo sucedía con el colonialismo y la lucha de los pueblos oprimidos, vistos como víctimas de la “crueldad” colonial y no como resultado de relaciones sociales históricas concretas, es decir ancladas en intereses materiales y no morales o ideales.

Esta miopía en la lente socialdemócrata o de izquierda, le lleva a reprobar lo mismo a los grandes monopolios, que a la planificación central de la economía; a los primeros por “salvajes neoliberales” y a los segundos por “dogmáticos totalitarios”. En su análisis iguala con argumentos morales, que no científicos, a comunistas que a liberales.

Tercera metamorfosis

Con la capitulación temporal del Movimiento Comunista Internacional mediante el sabotaje interno que llevó al desmantelamiento paulatino de la URSS, aquella izquierda de raigambre sindical, aunque de resistencia moral, sufrió su última metamorfosis.

El revisionismo y la corrupción de los gobiernos soviéticos a partir de 1956, junto con las llamadas “Democracias Populares” de Europa del Este, fueron corresponsables de la involución de la izquierda política hasta nuestros días.

Sumado al surgimiento del eurocomunismo, que no era otra cosa sino una suerte de reciclaje de la socialdemocracia kautskiana con añadidos contemporáneos, significó la decepción y deserción masiva de diversos cuadros en los distintos partidos comunistas a nivel mundial. 

Este giro se explica primero como resultado de la derrota temporal de las reivindicaciones históricas de la clase obrera en el seno de sus propias organizaciones dirigentes; pues al perder la orientación científica y de clase entre las fuerzas populares, pujantes por una transformación social, hubo necesidad de adquirir imagen, discurso y contenido ajenos.

Desde los movimientos populares, se dirigió la atención, en coincidencia con el fin del fordismo dentro de la industria occidental, ya no en la clase obrera, como agente principal de transformación, sino en las llamadas “minorías sociales”, “sujetos subalternos”, etcétera.

Desde la dispersión y dilución ideológica en buena parte de los movimientos revolucionarios o por lo menos de resistencias políticas, la “izquierda moderna” dotó, con su siempre sentido común de lo moral, todo el bagaje frívolo de lo marginal, englobado en una serie de abstracciones sin correspondencia material dentro del sistema político, económico y jurídico del capitalismo.

Esto le ha facilitado evadir siempre la compleja nocividad del mercado, distrayendo a las masas con el abanderamiento en luchas de otros sectores particulares, cuyos intereses, por legítimos que sean, no necesariamente son los de la clase trabajadora, que representa a la mayoría y no a las minorías.

Todos hemos oído alguna vez cómo ciertas voces de este reformismo “progresista” han pronunciado la frase “ser de izquierda hoy significa”… y añaden la mezcla moral de consigna contemporánea a criterio, porque en realidad es un eufemismo oportunista que oculta la concatenación de claudicaciones a lo largo de la historia; figura testimonial que ayudó a acercar a las masas a la discusión política en términos de geometría simple, pero desclasante.

El carácter científico de nuestra tradición impide dejarnos envolver por las lecciones moralizantes de la izquierda y nos obliga combatir a las que conviven en paz con el mercado y la explotación.

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