Diego Martínez
El pequeñoburgués «enfurecido» por los horrores del capitalismo es un fenómeno social propio, como el anarquismo, de todos los países capitalistas. La inconstancia de estas veleidades revolucionarias, su esterilidad, su facilidad de cambiarse rápidamente en sumisión, en apatía, en imaginaciones fantásticas, hasta en un entusiasmo «furioso», por tal o cual tendencia burguesa «de moda», son universalmente conocidas. (V.I. Lenin)
Con mayor o menor eficacia, el oportunismo lleva una larga carrera mintiendo y traicionando a los pueblos. Su disfraz depende del nivel de organización y fortaleza del movimiento obrero en cada país.
A pesar de la farsa que ha representado la Coalición de Izquierda Radical, Syriza, conducida por el manso Alexis Tsipras, y de las consecuencias para los trabajadores griegos, esto parece no haber provocado una honesta reflexión en las filas de otros “movimientos” similares. Por el contrario, las pequeñas burguesías locales han tratado de tomar impulso con finos maquillajes a través de sus voceros jóvenes o viejos, pero al fin, embaucadores todos.
Durante la reciente crisis ibérica y para formar coaliciones de gobierno, ha quedado aún más clara la sinvergüenza y el gatopardismo que ostenta el grupo Podemos, por la forma en la que ha corrido velozmente a postrarse, antes que nadie, bajo todo el espectro político de derecha al que supuestamente había criticado, negando así cualquier posibilidad de soberanía a los pueblos que la reclaman al Estado español. Entre las propuestas económicas que ofrecen como pacto de gobernabilidad se encuentra la introducción de la competencia entre empresas eléctricas, para -según su posición- reducir las facturas. Es decir, el proceso padecido por los electricistas mexicanos en detrimento de Luz y Fuerza sería aplaudido por la dirigencia podemita, al coincidir con la mayor apertura en el mercado de la iniciativa privada.
El demagogo Pablo Iglesias ha cercenado cínicamente toda reivindicación elemental de la izquierda que dice representar. Sobre esto hay tantos ejemplos que es difícil elegir por dónde empezar: la cúpula podemita no tiene ningún reparo en que España continúe dentro de los bloques imperialistas de la Unión Europea y la OTAN, ni que ésta bombardee el Medio Oriente. Además, se da el lujo de elegir como candidato primero por Zaragoza y ahora por Almería, al general del Estado Mayor y miembro de la OTAN que dirigió los bombardeos contra Libia, José Julio Rodríguez. El entonces diputado por Sevilla, Sergio Pascual, de ésta misma agrupación, ha dicho que de llegar al gobierno, Podemos “respetará hasta la última coma las bases militares”, y secundado por Pablo Iglesias, remató “que los empresarios deberían estar tranquilos pues los miembros de Podemos no consideran que haya alternativas distintas al libre mercado”. Otra de las estrellas que han obtenido candidatura en esta variopinta fórmula oportunista es la jueza Victoria Rosell, quien consignó a 5 mujeres sindicalistas por haber protestado contra la reforma laboral española.
Aunque el morado de la bandera republicana es el que usan como distintivo, cuando los alcaldes de Podemos ganan algún ayuntamiento prefieren abstenerse de retirar inmediatamente las reliquias franquistas que quedan en las vitrinas. Pero cómo podría ser diferente si el mismo Sergio Pascual ha afirmado que “la discusión entre Monarquía y República no es algo que le preocupe en absoluto al pueblo español y por lo tanto este no es un punto básico de su programa”, lo mismo que la legalización del aborto, cuyo tema, en palabras de Carolina Bescansa (fundadora de Podemos y diputada de Madrid), al no ser un tema “con potencia política”, no les parece prioritario.
Si después de la agudización de la crisis griega generada por la administración de Syriza, de quienes los podemitas se decían hermanos, éstos empezaron a tomar distancia y a negarlos varias veces sin que aún llegara el amanecer europeo, no imaginamos lo que harán en España con las promesas al pueblo.