La Revolución de Octubre: el acontecimiento que modificó la correlación de fuerzas entre el capital y el trabajo.

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Andrés Avila Armella

Primero que nada, quisiera decir que me costó trabajo hacer esta exposición. Aun cuando se trata de un tema fundamental, es difícil concentrarse en algo que por ahora podría distraer la atención de forma un tanto incongruente, pues cualquier revolucionario sabe que los temas más urgentes son los que exige la práctica, sobre todo cuando la vida de seres humanos, de las clases explotadas, pasa por un momento tan delicado. Así que cuando me pregunté, ¿cómo hacer una exposición sobre el Octubre Rojo, sin mencionar a los compañeros de Ayotzinapa?, me vino recurrentemente a la cabeza un problema: la correlación de fuerzas. Siempre la maldita correlación de fuerzas que hace que nuestro coraje y nuestro dolor estén tan lejos de la posibilidad material de hacer justicia. Fue entonces que decidí hacer esta ponencia, sobre ese tema, precisamente: la correlación de fuerzas.

Gramsci recomienda, en su texto titulado “Relaciones de fuerza”, tener siempre presente esta correlación a nivel internacional.[1] El capitalismo como modo de producción, si bien se desarrolla de forma prototípica en algunas regiones, se convierte en el modo de producción dominante de una época sólo hasta que el capital logra extender sus tentáculos alrededor del globo terráqueo, haciendo que las fuerzas productivas del mundo giren de forma tendencial dominante hacia la acumulación de capital.

No había razón, aún en tiempos de Marx, para pensar que la lucha contra el capital se ganaría en una región del mundo en específico, sino que esta lucha sería internacional, y por tanto, lo más estratégico de la lucha entre el capital y el trabajo es la correlación de fuerzas a nivel internacional.[2]

Cuando el capital es golpeado patalea, chilla, se incomoda, se defiende, pero más allá de las reacciones que tiene, es cierto que, si bien es la fuerza dominante, no es infalible, está plagado de contradicciones y puede ser herido profundamente, incluso aniquilado. Un golpe significativo al capital en cualquier parte del mundo, provoca una modificación en la correlación de fuerzas entre el capital y el trabajo, más aún cuando ese golpe le es propinado por trabajadores organizados cuyo nivel de conciencia les permite ubicar al capital como su principal enemigo.

Por ello, propongo hacer una breve rememoración histórica de la relación capital-trabajo, antes de la Revolución de Octubre, durante la existencia de la URSS y después de su caída.

Antes del Octubre Rojo, la arrogante burguesía no sólo mantenía una tasa de explotación muy alta y poco regulada, sino que en las fábricas de los países más “civilizados” de Europa trabajaban niños, mujeres embarazadas y ancianos. Lo hacían en jornadas de trabajo que en promedio excedían las 11 horas y que en algunos casos llegaban a las 18.[3]

El Estado burgués tendía hacia formas dictatoriales y sus tintes democráticos eran incipientes.EN muchos países las mujeres no votaban; la segregación racial era vista como un acto de justicia; la mayoría de los países de Asia y África eran colonias de las potencias europeas, quienes lejos de abochornarse por el saqueo y la ocupación, los presumían con orgullo.

La Revolución, que tras proclamar la consigna de tierra paz y pan, realizó la Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado,[4] no sólo puso en tela de juicio la explotación del trabajo asalariado, sino que, teniendo como base la obra marxista, se rebeló en contra del colonialismo y la discriminación. Dicha Revolución puso además contra la pared el mito del estado-nación. Con la célebre obra de Lenin, El estado y la Revolución[5], quedó al descubierto el hecho de que los pueblos no nacen divididos, y que las guerras que se hacen para que los imperios hagan fronteras, siempre terminan sacrificando a familias enteras de obreros y campesinos. Así, nació el primer país que se reconoció a sí mismo como plurinacional y plurilingüístico, como una “unión libre de naciones libres”, [6] dotando de autonomía, incluso de libertad para separarse territorialmente, a las viejas colonias del Imperio Ruso.

En plena época de guerra imperialista, la Internacional Comunista se erigió como la principal fuerza política internacional que prefería pugnar por la hermandad entre los pueblos, y por usar la violencia solamente contra la clase que se encargaba de llenar de bombas y destrucción a Europa entera.

Las noticias del triunfo de la Revolución de Octubre pronto recorrieron el mundo, llenando de entusiasmo a muchos combatientes populares y al movimiento obrero. El General Emiliano Zapata expresó:

Mucho ganaríamos, mucho ganaría la humana justicia, si todos los pueblos de nuestra América y todas las naciones de la vieja Europa comprendiesen que la causa del México revolucionario y la causa de la Rusia irredenta, son y representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos oprimidos…

…No es de extrañar, por lo mismo, que el proletariado mundial aplauda y admire la revolución rusa, del mismo modo que otorgará toda su adhesión, su simpatía y su apoyo a esta revolución mexicana al darse cabal cuenta de sus fines.[7]

La burguesía, en medio del pavor que le generaba la posibilidad de ser derrocada por quienes le servían como instrumento para incrementar las ganancias, tuvo varias reacciones, las cuales iban desde querer disputar la hegemonía del movimiento obrero, hasta reprimir con singular saña a los miembros de la Internacional Comunista. La crisis de 1929, que puso al descubierto las contradicciones que Marx había señalado en el tomo III de El Capital, hizo que la burguesía imperialista reaccionara con lujo de violencia, previniendo que el momento fuera aprovechado por los comunistas. En esos años, América Latina experimentó sus primeros intentos de revolución socialista, con episodios como el brote insurreccional en Brasil y El Salvador, donde se destacaron personajes como Luis Carlos Prestes y Farabundo Martí.

La hegemonía capitalista se resquebrajaba, y los grandes Estados militarizados pretendían salvar el imperialismo formando grandes bloques comerciales y militares que trataron de someter la Revolución y a sus propios competidores. La ira imperialista contra la Revolución dejó sentirse con una violencia inusitada cuando el ejército Nazi invadió la Unión Soviética, masacrando a veinte millones de ciudadanos, cuyo mayor atrevimiento fue aferrarse a sacar sus tierras y su espacio vital del control de los grandes capitalistas europeos. La barbarie genocida, sin embargo, no sólo se desató en Europa: los bloques de capital monopólico sembraban el terror por todo el mundo, ajustando medidas de control sobre los pueblos colonizados.

La rebelión, inspirada en el Octubre Rojo, cundió por el planeta. El ejército Nazi fue humillado por un numeroso ejército de obreros y campesinos soviéticos, apoyados en el frente por la heroica resistencia de los partisanos. Pero también el pueblo chino, humillado durante décadas, invadido por el Imperio Japonés, logró revertir la correlación de fuerzas, expulsando al invasor e impidiendo que su lucha fuera aprovechada por los intereses del capital norteamericano.

Ardió el mundo y la burguesía imperialista no sólo no pudo hacer caer la Revolución, sino que perdió la mitad de Europa. Y en los años subsiguientes perdió el país más poblado del mundo; los movimientos de liberación nacional cunden por el sureste de Asia, por África, América Latina y Oceanía. Nunca el capital se sintió tan asustado.

En este momento haré una pausa para explicar un principio de la dialéctica de la Historia. Desde la concepción marxista al menos, no es posible hablar en términos absolutos, sino que se identifican tendencias y contradicciones. La perfección como negación de la contradicción sólo existe como idea, y parte del supuesto analítico de que una variable puede aislarse y analizarse por sí sola. Para el marxismo, los modos de producción son tendencias históricas en donde una clase tiende a imponer sus criterios a las demás; si esto es así, es porque existen fuerzas que resisten a dicha tendencia. Dicha tensión de fuerzas, o síntesis de múltiples determinaciones es a lo que el marxismo identifica como realidad material.[8] Más allá de la definición conceptual, en la realidad concreta todo es contradicción y tendencia.

Así pues, esta aclaración viene al caso para explicar cuál es la situación del capitalismo y el socialismo desde la Revolución de Octubre hasta la caída de la Unión Soviética. El Estado capitalista, cuando menos los Estados que se presumían a sí mismos como prototípicos de una sociedad capitalista y democrática, tuvieron que ceder ante la correlación de fuerzas internacional, y tuvieron que darle un lugar a los trabajadores en la sociedad capitalista. Y claro, por correspondencia, los Estados socialistas adoptaron muchas medidas capitalistas ante el miedo de ser superados por la competitividad empresarial y mercantil que ofrecía sobornos tentadores a los obreros de aquellos países.

Empujados también por las contradicciones internas, sobre todo en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se logró el voto femenino en los estados burgueses, el derecho a huelga y a la contratación colectiva; se tuvieron que eliminar, cuando menos en el plano jurídico, las restricciones impuestas a las minorías étnicas, y se tuvo que matizar el colonialismo en muchas zonas del mundo. El capital, pues, estaba ante la disyuntiva de tratar de conservarlo todo, corriendo el riesgo de perderlo todo, o de negociar con los explotados del mundo antes de ser sepultado por ellos. Prefirió esto último, mientras simultáneamente concentraba esfuerzos en combatir las formas más decididas de lucha revolucionaria. Sin este contexto, por ejemplo, sería imposible entender procesos como la independencia de India.

En América Latina fueron los años en que se nacionalizaron industrias; los años en que hasta los gobiernos reaccionarios sabían que al no poder enfrentar la fuerza del movimiento obrero, tenían que canalizarla a su favor; fue cuando el Estado capitalista buscó formas de contener el movimiento obrero desde dentro. También fueron los años de Keynes, Prebish y la Alianza para el Progreso.

El Estado capitalista ha escrito su propia historia y se ha presentado a sí mismo como inherentemente democrático, y atribuye a su supuesto humanismo todas las legítimas conquistas de la clase trabajadora. Pero es muy importante develar ese manto, pues después de la Revolución de Octubre, todo lo que hicieron los Estados capitalistas en materia de derechos humanos, laborales y sociales, (incluyendo la Declaración Universal de los Derechos Humanos), lo hicieron con propósitos reaccionarios y no progresistas. No lo hicieron para compartir el poder con los trabajadores, los campesinos ni los pueblos conquistados, sino para impedir que aquellos tomaran el poder. Detrás de cada historia de lucha del siglo XX, se proyectaba la sombra de la Revolución de Octubre, atormentando como una pesadilla el dominio imperialista.

Ahora echemos una mirada panorámica al presente. Independientemente de cuántas filias y fobias despierte la historia soviética, de la cual la verdad es que en México se sabe muy poco, el hecho contundente es que al derrumbarse el primer estado proletario nacido de la gran Revolución de Octubre, se modificó internacionalmente la correlación de fuerzas entre capital y trabajo. Tanto temía la burguesía imperialista la victoria proletaria que no ha parado de celebrar la derrota de aquella primera gran experiencia, promoviendo una especie de orgía que va desde el desmantelamiento de los derechos laborales, hasta una asfixiante posición académica que pretende, de un plumazo, deshacerse de esa parte de la historia.

Hoy, y no sólo en los países llamados dependientes o de la periferia capitalista, se resienten los estragos del triunfo momentáneo de la contrarrevolución: en Europa y Estados Unidos, el capital recupera su posición decimonónica, desmantelando derechos como la contratación colectiva, las jubilaciones, pensiones y seguridad social; las condiciones asfixiantes de la vida cotidiana han terminado por reavivar la discriminación étnico-laboral; el imperialismo ocupa militarmente territorios a placer. Las viejas rivalidades étnicas resurgen en el este europeo como resultado de la manipulación que los nuevos bloques de poder utilizan para dividir al proletariado, a la vez que se concentra y centraliza el capital. El pacto celebrado entre la burguesía y la clase obrera en Europa occidental se resquebraja frente a los ojos asombrados de miles de trabajadores que buscan una explicación coyuntural a algo que tenía raíces históricas. Pero el capital, en su afán de borrar la memoria histórica de los explotados, confunde la suya propia y parece ignorar que si desata las contradicciones que dieron origen a la Revolución de Octubre, algo tendrá que pasar, más tarde o más temprano.

Puede que el ciclo histórico iniciado con la Revolución de Octubre -y que marcó el siglo XX- haya llegado a un límite, pero nunca debe olvidarse cuáles son las razones por las cuales ocurrió. Y nadie que pueda interpretar seriamente la historia puede descartar que nuevas cosas están por ocurrir y que cuando ocurran, ese breve episodio en la lucha contra la opresión será desempolvado, y se le dará el lugar que merece al lado de las grandes epopeyas de liberación.

Referencias:

Gramsci, Antonio, 1974. “Análisis de situaciones, relaciones de fuerza”, en Pequeña antología política. Barcelona. Cuadernos de confrontación.

Marx y Engels. 1847. Manifiesto del Partido Comunista.

Marx Karl. 1857. Introducción a la Crítica de la economía política.

Marx Karl. 1867. El Capital. Crítica de la Economía política. FCE. México 1958.

[1] Lenin, V.I. 1917. “Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado”, en Obras escogidas, 12 tomos. Moscú, Progreso, 1977. Tomo VII.

Zapata Salazar, Emiliano, 1918. Carta de Emiliano Zapata a Genaro Amezcua.

[1] Gramsci, 1974.

[2] Marx y Engels, 1847

[3] Marx, K. 1867.En el capítulo VIII, La jornada de trabajo, Marx detalla las condiciones en que trabaja la clase obrera europea en la segunda mitad del siglo XIX.

[4] Lenin, 1917. Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado.

[5] Lenin, 1917. El Estado y la Revolución.

[6] Lenin, 1917. Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado.

[7] Zapata, 1918.

[8] Marx, 1857

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