Andrés Avila Armella
El Congreso de la Unión aprobó ya la llamada Reforma Energética, que modifica los artículos 27 y 28 de la Constitución, además de algunas leyes secundarias. Esto ante la presión capitalista que ya desde hace varios años viene pugnando a favor de dichas modificaciones jurídicas, las cuales, estiman, favorecerán el proceso de acumulación de capital. Ante esto, se ha manifestado la inconformidad de la mayoría de la población mexicana, quien ha visto en la llamada “propiedad nacional sobre el petróleo”, un reducto de nuestra cada vez más ilusoria soberanía.
Por ello en el presente artículo, me propongo explicar un poco las condiciones generales del problema, así como señalar las peculiaridades históricas que han permitido esta transformación y el por qué la resistencia a dicho proceso ha sido insuficiente.
La energía en la producción capitalista
Es muy importante comprender que, aunque todas las mercancías sirven al proceso de producción y reproducción de capital, existen algunas cuya importancia es mayor, por ocupar un sitio estratégico en el desarrollo del mismo: se trata de rubros de la producción de los cuales dependen otros más, pues están ligados a ellos por un sinfín de cadenas productivas.
Desde la Revolución Industrial, la principal fuente energética que hace funcionar la producción ha dejado de ser el músculo de personas y animales. El descubrimiento de otras fuerzas energéticas ha permitido que el desarrollo del capitalismo haya incrementado la masa de mercancías y de capital, algo difícil de pensar en otro contexto; dicho sea de paso, el uso de los energéticos, lejos de llevar al capitalismo a reducir el desgaste de la fuerza muscular de hombres y animales, lo lleva a exprimirla aún más, sólo que ahora como complemento y suplemento de maquinaria que funciona con otras fuentes energéticas.
El petróleo va incluso más allá, pues no solamente es una fuente energética sino que resulta altamente productiva por ser además materia prima de otras mercancías; incluso en un mismo proceso productivo se pueden obtener recursos energéticos y materias primas para otros insumos simultáneamente.
Está suficientemente documentado que el control del petróleo desata las pasiones más bajas de la clase capitalista; por él son capaces de arrasar pueblos, apoderarse militarmente de territorios y tomar decisiones políticas de gran envergadura.
El petróleo puede llegar a ser superado como fuente energética, pero eso no ocurrirá en pocos años, y seguramente tener una posición privilegiada en la producción petrolera -es decir, una posición privilegiada en el proceso de acumulación de capital- facilitará el control ulterior de la energía, sea cual sea su fuente. Es por ello que las grandes empresas dedicadas al petróleo, y entes importantes del poder capitalista mundial como lo es el propio Estado norteamericano, investigan otras fuentes energéticas a la vez que siguen afianzando el monopolio en la industria petrolera.
La expropiación petrolera: el contexto que la hizo posible
Aunque pudiera ser interesante preguntarse por qué Lázaro Cárdenas y sus colaboradores más cercanos quisieron hacer la expropiación petrolera, es más importante aún preguntarse por qué pudieron realizarlo. Me limitaré simplemente a enumerar algunas de las circunstancias históricas que explican aquella emblemática decisión del presidente Lázaro Cárdenas del Río para expropiar el petróleo:
– Habían pasado tan sólo 9 años del “crack” de 1929, la economía norteamericana no pasaba por un buen momento y el Estado norteamericano tenía preocupaciones mayores, pues la Alemania Nazi se alistaba para la invasión a Polonia y para disputar la hegemonía del mercado europeo.
– Aún estaban sin explorar importantes cuencas petroleras en México, siendo las más activas en aquellos años las ubicadas en la región huasteca, principalmente en el sur de Tamaulipas y el Norte de Veracruz.
– Habían pasado tan sólo dieciocho años del Plan de Agua Prieta, con el cual hasta cierto punto finalizó la “Revolución mexicana”; en ese entonces nadie dudaba de la capacidad del pueblo de México de tomar las armas y rebelarse.
– La revolución bolchevique tenía 11 años en el poder y en el mundo la burguesía aprendía a preocuparse ante el ejemplo que ésta representaba para los obreros de todo el mundo; la Internacional Comunista demostraba que era capaz de movilizar combatientes internacionalistas en varios países y estar decididos a internacionalización de la revolución socialista.[1]
– El movimiento obrero en México, atravesaba un momento de auge, y era uno de los momentos estratégicos para que el Estado mexicano cooptara al mismo. Expropiar el petróleo y controlar la industria petrolera ofrecía al Estado, entre otras cosas la posibilidad de ser él mismo quien administrara los conflictos entre patrones y obreros en el sector energético, y así darle un manejo político. No hay que olvidar que en gran medida, la expropiación petrolera fue un logro de los obreros petroleros.
Así pues, en ese contexto se podía tomar una decisión que permitiera al Estado mexicano tener mayor influencia en el diseño de la forma en que el capitalismo se desarrollaría en México. Y aunque la decisión pudiera molestar a los inversionistas extranjeros, no estaban en condiciones de atacar militarmente; por otro lado, el asunto ofrecía también algunas ventajas para ellos, pues se librarían de lidiar directamente con los obreros petroleros y tendrían mayor estabilidad política para otros negocios.
El papel de Pemex y el petróleo mexicano
Por otra parte es importante preguntarse, ¿por qué pudo mantenerse PEMEX bajo la administración estatal? Finalizada la Segunda Guerra Mundial, con la conformación del bloque socialista, las principales potencias capitalistas trataron de generar “modelos de desarrollo” para los llamados países subdesarrollados, a través del impulso relativo de los mercados internos y la sustitución de importaciones. Para el modelo desarrollista impulsado por la Comisión Económica para América Latina (Cepal)[2], para la Organización de Estados Americanos (OEA), y para la llamada Alianza para el Progreso, venía bien la idea de que el Estado invirtiera en rubros estratégicos de la economía para así facilitar la inversión privada. Así pues, sería el Estado quien asumiría la deuda y los riesgos de crear infraestructura productiva pesada, y serían las empresas privadas las principales beneficiadas. En cierto sentido, era más adecuado para el desarrollo del capitalismo que Pemex invirtiera en la exploración, producción y refinación petrolera, mientras las grandes empresas petroleras norteamericanas simplemente se limitaban a comprar a un precio aceptable el petróleo mexicano.
Es necesario precisar sin embargo que seguramente esta forma no es la idónea para la clase capitalista mundial -entiéndase imperialista- si sólo en ellos cupiera la decisión: la inversión privada, y por tanto la utilidad privada, es preferible a la mediación del Estado. Sin embargo eso no significa que dicho esquema desarrollista sea siquiera antiimperialista, de hecho, fueron estos programas quienes abrieron paso a la ulterior privatización.
En el ámbito político sucede lo mismo, la capacidad que logró el Estado mexicano para cooptar, corromper y controlar al movimiento obrero, le ha permitido tener condiciones idóneas para golpear a los trabajadores en la actualidad.
Las condiciones hoy
A diferencia del contexto de 1938:
– Han pasado cien años de la Revolución mexicana, y aunque la lucha armada siempre ha tenido presencia en la historia contemporánea del país, ese suceso se ve hoy mucho más lejano. Hoy no sería tan fácil amagar a la burguesía imperialista diciéndole que el pueblo de México está listo para la insurrección armada.
– La contrarrevolución en Rusia y Europa del Este lleva más de veinte años en proceso, y aún cuando la burguesía imperialista no deja de ver en la lucha comunista su principal enemigo, hoy no se siente tan amenazada por el avance de la revolución proletaria.
– La economía capitalista mundial atraviesa una larga crisis, y ha decidido desde hace años reducir los gastos del Estado y arriesgarse a tomar medidas políticamente delicadas pero económicamente rentables para la burguesía imperialista.
– El movimiento obrero en México, lejos de atravesar un momento de auge, está profundamente desarticulado. En los últimos años se han aprobado contrarreformas en detrimento de las condiciones de vida de los obreros y campesinos de México, y las respuestas han sido de una magnitud controlable.[3]
– El Estado mexicano ha promovido el crecimiento de una tendencia opositora dócil y manejable que ha tenido poca efectividad en enfrentar las contrarreformas, pero parece muy efectiva para contener el impulso combativo de los trabajadores; como prueba de ello, habría que ver que los integrantes de Morena, en su supuesto cerco al Congreso, se dedicaron más a contener las acciones de los maestros del magisterio democrático y de los estudiantes que a impedir que los diputados aprobaran la reforma.
Sin duda, por ahora es muy necesario avivar las movilizaciones, luchar contra la aprobación de la llamada contrarreforma energética, y aún con su aprobación, es necesario mantener la bandera de su anulación; el pueblo tiene el inalienable derecho de exigir que se revoque un decreto o ley aun cuando ésta se haya promulgado. Sin embargo, sin bajar los brazos, es necesario comprender que mientras no cambiemos la correlación de fuerzas entre el capital y el trabajo, tanto a nivel nacional como internacional, acumularemos más derrotas que triunfos. La clase trabajadora necesita elaborar su propio programa, alzar sus propias bandera y aspirar no sólo a una administración estatal de los recursos energéticos, sino a su socialización, no solo a tener presidentes “no tan malos”, sino a conquistar el poder. En pocas palabras, la clase trabajadora necesita pensar no sólo en no perder, sino en ganar.
[1] En los años treinta hubieron brotes insurreccionales importantes en todo el mundo, en América Latina destacan los casos de Brasil y El Salvador.
[2] Puede consultarse la obra de economistas como Raúl Prebisch y Celso Furtado.
[3] Se ha aprobado la Reforma laboral, la reforma a la ley del ISSSTE, la reforma educativa, la reforma al IMSS, al artículo 27 constitucional, entre otras.