Job Hernández
El asalto al cuartel Madera, realizado el 23 de Septiembre de 1965 por el Grupo Popular Guerrillero, es el inicio de las luchas armadas por el socialismo en México y el resultado de pensar la actualidad de la revolución socialista en nuestro país. Pero hasta ahora no se han explorado debidamente sus fundamentos teóricos y el salto en la conciencia socialista que esto significó. La mayoría de los estudios alrededor de este acontecimiento se han hecho desde una perspectiva anecdótica, periodística o literaria, pero sin detenerse mayormente en sus razones históricas y sus objetivos.[1]
Esto ha dejado en la obscuridad que los guerrilleros de Madera tenían un conocimiento certero de la realidad nacional y del lugar que ocupaba México en el mundo, y su acción armada estaba determinada por su diagnóstico de la específica situación de la lucha de clases en ese momento, a su parecer constreñida por la subordinación que los destacamentos socialistas y comunistas más importantes mantenían con respecto del régimen surgido de la Revolución Mexicana. Para romper con este impasse es que se recurrió a las armas, buscando desatar un proceso destinado a conseguir de manera efectiva la necesaria independencia ideológica y orgánica de la clase proletaria mexicana, para que saliera de su sumisión y retomara su papel de vanguardia.
Por eso, de manera explícita, el documento titulado Segundo Encuentro en la Sierra «Heraclio Bernal», que sintetiza las razones del Grupo Popular Guerrillero, polemiza no sólo con la clase dominante, sino también con el Partido Popular Socialista y con el Partido Comunista Mexicano, representantes cabales de la ideología socialista subordinada al régimen. Se trata de un ajuste de cuentas que mantiene -por desgracia- tremenda actualidad, dada la persistencia de posiciones políticas que nos invitan insistentemente a marchar a la zaga de del llamado nacionalismo revolucionario.
Así, la acción armada de 1965 constituyó una fuerte desavenencia no sólo contra el régimen surgido de la Revolución Mexicana sino, de pasada, contra los partidos políticos de «izquierda» que habían endosado su suerte a éste. En el documento esclarecedor de las razones de la lucha armada, titulado Segundo Encuentro en la Sierra «Heraclio Bernal», el Grupo Popular Guerrillero pintaba su raya con respecto de quienes «cerrando los ojos a la realidad, desconociendo la experiencia histórica, embelleciendo el capitalismo atribuyen a la burguesía nacional cualidades que no tiene y postulan una alianza abstracta e incondicional en que el proletariado enajene su independencia y quede bajo la tutela burguesa», basando su política en la colaboración de clase, e inventando «que la burguesía nacional independizará al país, resolverá los problemas fundamentales del pueblo y creará un nuevo tipo de democracia», dejando a los revolucionarios en el papel de coadyuvantes de esta tarea. Para los autores del texto, aparece con meridiana claridad lo que hasta entonces era misterioso para una porción importante de la oposición socialista y comunista: que «el Estado es la burguesía y que el capitalismo de Estado obedece a los intereses directos e inmediatos de la burguesía nacional y sólo servirá al proletariado cuando éste tenga al Estado en sus manos».[2]
Por supuesto, estas críticas van dirigidas al Partido Popular Socialista (PPS) y al Partido Comunista Mexicano (PCM), que forman parte de los partidos pretendidamente proletarios que «parecen haber olvidado su misión histórica y quiénes son sus enemigos», además de tener «poca influencia entre la clase obrera», factores ambos que redundan en el hecho de que «el proletariado está a merced de sus enemigos, está sumamente contagiado de la ideología burguesa, y sus capacidades revolucionarias y sus habilidades se van perdiendo a consecuencia de la prolongada calma en que ha vivido», sobre todo porque los partidos que dicen representarles «han renunciado a la revolución» y «no se atreven a hacer más de lo que está en las listas de lo permitido, lo autorizado y lo registrado por la Secretaría de Gobernación».[3]
En esta crítica, el Grupo Popular Guerrillero acude con buenos pertrechos. Corre el año de 1965. Han ocurrido una serie de eventos internacionales y nacionales que le permiten eludir de mejor manera la férrea tenaza de la ideología de la Revolución Mexicana. La Revolución Cubana es ya un hecho consolidado. Ha otorgado a la izquierda latinoamericana la Segunda Declaración de La Habana, que sirve de orientación a los autores del documento que estamos refiriendo. (Por ejemplo, la citan con aprobación en la parte en que afirma que, en las actuales condiciones de América Latina, «la burguesía nacional no puede encabezar la lucha antifeudal y antiimperialista»).
En el plano nacional también ha corrido suficiente agua bajo el puente. Los resultados de la Revolución Mexicana están más claramente a la vista. Esto permite, en primer lugar, una mejor caracterización del movimiento antiporfirista. Se dice que fue una revolución antifeudal, antiimperialista, democrática y burguesa. Para los autores del Segundo Encuentro, no cabe duda que es la burguesía quien «queda en el poder y abre de par en par las puertas al desarrollo capitalista». Posteriormente, lo que ocurre es consecuencia de este hecho primordial: se consolida la burguesía en el poder y se van agotando «sus rasgos progresistas hasta convertirse, en virtud de las leyes objetivas de su desarrollo, en la burguesía poderosa, omnímoda y reaccionaria que hoy nos agobia».[4]
Después de medio siglo de dictadura burguesa, lo que ha ocurrido es el tránsito de México de «nación semiesclavista y feudal» a «país capitalista en acelerado desarrollo». Se ha creado un mercado interno, por modesto que sea. Y, sin dejar de ser un país agrícola, «México es también un país industrializado». En ese sentido, «nadie puede negar la industrialización que se observa en el D.F., en Monterrey, en el Edo. de México y en menor escala en San Luis Potosí, Puebla, Tamaulipas, Veracruz, Chihuahua y otras regiones». De la misma forma, «se ha desarrollado una importante industria petrolera y petroquímica, se está consolidando la industria eléctrica, se impulsan las industrias pesadas» y «las industrias de transformación, de la construcción, etc. han alcanzado un auge notable».
Pero esta industrialización se desarrolla con dos rasgos centrales. En primer lugar, se trata de una economía en que existen pequeñas empresas que ocupan unos cuantos obreros junto a «varios cientos de gigantescas empresas que trabajan con los más modernos equipos, con la técnica más avanzada, que tienen ingresos anuales de más de 25 millones de pesos». Ocurre, entonces, «la formación de monopolios que desplazan a las empresas de menos capital y las arrojan a actividades menos importantes». Y este proceso «ha alcanzado un alto grado» en el momento que se escribe el documento. En segundo lugar, junto al carácter monopolista de la economía, ocurre una acentuada dependencia respecto del imperialismo. En este terreno, se desarrolla una lucha en que intervienen el capital privado nacional, el sector estatal y el imperialismo, por lo que el conjunto de la dinámica nacional aparece necesariamente marcado por «las contradicciones entre el imperialismo y la burguesía nacional», aunque ambos, «al unísono le chupan el sudor y la sangre a los trabajadores».[5]
Por eso, «el capitalismo de Estado en México significa la integración o fusión de la maquinaria estatal con el capital nacional, el uso del Estado para facilitar el desenvolvimiento de ese capital, representarlo y protegerlo frente al imperialismo y sobre todo frente al proletariado». Por supuesto, con el imperialismo la burguesía nacional busca la componenda y la asociación. Eso marcará su trayectoria vital: la de una independencia relativa que pronto se trocará en subordinación plena y que significará un cambio en el papel que le toca desempeñar en el decurso histórico de la nación. Una vez que madura en esa dirección, la burguesía «es incapaz de resolver los problemas fundamentales del pueblo» (fundamentalmente no quiere más la reforma agraria). Por eso, los autores del Segundo Encuentro se sienten llamados a «mostrar el fracaso de la burguesía y su impotencia y falta de voluntad para salir del atascadero».[6]
Con estos argumento bajo el brazo, Arturo Gámiz y sus compañeros reprobaban el colaboracionismo del PPS y del PCM, argumentando que «ya es hora de iniciar la revolución» siguiendo la orientación de que es «una burda mentira que haya “caminos nacionales” propios y distintos para cada pueblo» cuando, más bien, «lo fundamental no son las particularidades de cada país sino los rasgos generales del capitalismo». Iban seguros de que «no hay el grado de conciencia que se quiere, es muy cierto, pero el proceso revolucionario es el que puede dar esa conciencia a las masas». De esa manera, se podía romper con la subordinación del movimiento obrero al régimen y con los extravíos de la conciencia comunista y socialista, profundamente enredada con la ideología de la Revolución Mexicana. Lo que se necesitaba, de acuerdo con este diagnóstico era que se desarrollara una situación revolucionaria para que el proletariado saliera de su estado de sumisión y asumiera su papel de vanguardia. Esa era la intención del asalto al cuartel Madera.
Como podemos ver, todo esto está fuertemente condicionado por la subordinación de la conciencia proletaria a la ideología de la Revolución Mexicana. La necesidad de «iniciar la acción donde sea, a la hora que sea» y el traslado del eje del eje de la revolución al campesinado y los estudiantes, nace de este hecho ideológico. En ese sentido, el grupo Popular Guerrillero definió una propuesta de salida a esta triste situación, una especie de golpe contundente para despertar al gigante proletario dormido, que sería, en última instancia, el que resolvería definitivamente la lucha que el asalto al cuartel Madera se proponía tan sólo iniciar.
23 de Septiembre de 2013
[1] Destacan: Carlos Montemayor, Las armas del alba, Ed. Joaquín Mortiz, México, 2003; Raúl Florencio Lugo, El asalto al cuartel Madera. Testimonio de un sobreviviente, Ed. UACH, México, 2006; Fritz Glockner, Memoria Roja. Historia de la guerrilla en México (1943-1968), Ediciones B, México, 2007, Cap. III. «Madera, para alcanzar el cielo»; y Laura Castellanos, México armado. 1943-1981, Ed. Era, México, 2007, Cap. 2 «El Che en Chihuahua». Una compilación de interpretaciones, documentos, artículos, editoriales y textos conmemorativos se encuentra en http://www.madera1965.com.mx.
[2] Segundo Encuentro en la Sierra «Heraclio Bernal», Resolución 5. «El único camino a seguir», Ediciones Línea Revolucionaria, Chihuahua, México, 1965, s/p, Disponible en http://www.madera1965.com.mx/resol.html
[3] Ibídem.
[4] Ibid, Resolución 3.
[5] Ibidem.
[6] Ibid., Resolución 4.